Los grandes edificios de Roma, al igual que su ejército, sus administradores y los objetos de lujo de Oriente, eran pagados por los impuestos de su propiedades  agrícolas. La economía dependía de la salvaguardia de una superficie suficientemente grande de tierra productiva para satisfacer la demanda; éste era el principal papel de las legiones, cuyo complejo sistema de campamentos defendía los límites formados por la costa del mar Negro, el Danubio y el Rhin.

              Andando el tiempo, empezaron a ponerse de manifiesto los costes que para el contribuyente tenía el defender permanentemente 5.000 Km. de fronteras, y durante el s. III la inflación, la mayor mortandad, la disminución de la natalidad y la emigración al campo de los ciudadanos, tratando de escapar de los gravosos impuestos, empezaron a hacer estragos en las ciudades de todo el Imperio. La concentración de ejércitos enemigos en las fronteras redujo el comercio y aceleró la caída.

           Las ciudades del Mediterráneo oriental, más fuertes económicamente, fueron capaces, al contrario que Roma, de capear el temporal. Constantino, mostrando una gran previsión, trasladó su capital a Bizancio a principios del siglo IV, contribuyendo al hundimiento político de Roma; el económico ya se había realizado.

               Desde el siglo II las infiltraciones de los germanos en el Imperio se habían asimilado sin conflicto, porque la tierra no se cultivaba de forma intensiva. Cuando en el s. IV los hunos procedentes del Lejano Oriente avanzaron hacia el oeste en dirección al mar Caspio, las propias tribus germánicas emigraron al sur y al oeste en un movimiento que las desmoralizadas legiones no pudieron resistir. Durante el s. V, visigodos, vándalos, alanos y suevos cruzaron el Rin y se establecieron en el noroeste. Tradicionalmente, estos bárbaros "destruyeron" el Imperio, pero de hecho ya se había derrumbado: todo lo que hicieron fue ocupar y defender la tierra y desarrollar su agricultura según un sistema más sencillo y más antiguo de producción local para satisfacer sus propias necesidades. Declinó el comercio y dejó de utilizarse el dinero.

             Los bárbaros eran generalmente tolerantes con las costumbres y leyes locales, y muchos de ellos no sólo toleraban sino que profesaban la religión oficial del Imperio moribundo. El cristianismo había ido creciendo gradualmente en influencia hasta que los astutos emperadores vieron en su adopción un medio de conseguir la unidad política. En el año 325 Costantino lo reconoció como religión oficial del Imperio, y sus partidarios pudieron poner fin a su existencia semiclandestina.

 

els impostos agrícoles són
la base de l'Imperi 

 

 

 

 

la crisi del s.III  







la zona d'Orient sobreviu a la crisi

 

 

invasió dels germànics

 

 

 

 

 

 

 

importància del cristianisme